sábado, 12 de febrero de 2011

El bulón de oro del puente carretero

Dicen que Don Salvador Catálfamo entregó un bulón igual al resto de los que sostienen la mole de acero, pero de oro, y ordenó atornillarlo en un lugar estratégico, secreto. Juraron no develar la ubicación y así ocurrió.
Foto: La Banda Diario
Bien sabía el capataz de obra que estaba creando un mito que circularía entre los santiagueños. Ocurrió en 1927, cuando terminaban la construcción del Puente Carretero que une a la Ciudad de La Banda con la Capital de Santiago del Estero.
Dicen que Don Salvador Catálfamo entregó un bulón igual al resto de los que sostienen la mole de acero, pero de oro, y ordenó atornillarlo en un lugar estratégico, secreto. Juraron no develar la ubicación y así ocurrió. Hasta hoy.
El ingeniero Juan José Gisbert investigó el mito. Indicó que no hay registros del bulón en los libros de la Dirección Nacional de Puentes. Tampoco los inventarios de la empresa constructora de Ruhr, Alemania, dan cuenta de él.
Lo cierto es que la inmensidad del puente impediría que cualquier caza mitos se haga de la infeliz gloria de tener para sí el pedazo de oro, el pedazo de historia del Puente Carretero, el ícono de Santiago del Estero.
Desde la secretaría de Turismo de Santiago, Gabriel Ferraris informó que “esto es parte del folklore, se dice que algunos pescadores pudieron localizarlo”. Sostuvo, además, que se encontraron raspados que indicarían su búsqueda.
Por otro lado, no hay datos certeros sobre los dichos que asocian la construcción a un regalo de Alemania en “compensación” por los buques mercantes argentinos que fueron hundidos durante la Primera Guerra Mundial.
El Puente -explicó Ferraris- es similar a otros de Sudamérica y se construyó en la época de la Guerra. Los mitos que lo rodean circulan por generaciones entre los santiagueños e inmigrantes alemanes que vinieron por su construcción.
El arquitecto José Costas, coordinador del Área de Turismo en la Casa de Santiago en Buenos Aires, dijo que los orígenes de la obra se remontan al gobierno de Irigoyen conjuntamente con el de Manuel Cáceres, entonces gobernador de Santiago.
Lo que no se pudo desmitificar es la existencia del tornillo. Quién dice si alguna vez, desde el puente carretero, alguien vio brillar el bulón de oro y haya mirado para el Río Dulce. El imaginario no se romperá, aunque quien escribe abra esta cajita.

Por Mariano Martinelli

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Ser bandeño

Ser bandeño, no es simplemente haber nacido en La Banda, es sentirse parte de ella, es reconocer su perfume, sus colores, su melodía, es extrañarla si se está lejos, es emocionarse al escuchar el tradicional vals interpretado por uno de sus hijos, el inolvidable Carlos Carabajal.

Ser bandeño es reconocer que se forma parte de una historia en torno a las vía férreas, habiendo caminado por el andén o visto pasar el tren desde el alto nivel, es recordar aquellas despedidas o bienvenidas en la estación, es entristecerse cuando se supo que el silbido de la locomotora dejaría de sonar o sentir el galope del corazón cuando vio que la máquina regresaba.

El bandeño, forma parte de una provincia llamada Santiago del Estero, pero aclara que es de La Banda y sería la persona más feliz si por algún decreto la ciudad fuera declarada “República” aunque fuera por una única vez.

Ser bandeño es llevar en el corazón los colores de Sarmiento, Central Argentino, Agua y Energía, Villa Unión o Banfield. Es enarbolar las banderas de Olímpico y de Tiro o sentirse parte de cada una de las instituciones que conforman esta ciudad.

Un bandeño es aquel que disfruta de las siestas al lado del balneario, de las zambas y chacareras en Los Lagos con la familia Carabajal, el que goza sus vacaciones noche a noche en La Salamanca, el que celebra la fiesta de su ciudad como si fuera propia.

Ser bandeño es tener respeto por aquellos que hicieron la historia y la cultura, es recordar a Domingo Bravo, Dino Taralli, Adela Llugdar, Blanca Irurzum, Nelly Orieta, Apalo Villalba, Martín Rodríguez, Pablo Raúl Trullenque, Cristóforo Juárez y tantos otros que dejaron un lazo que lo une a lo autóctono y a su sentir.

Ser bandeño no es una cuestión simple, es llevar en la sangre esa tierra prometida que está de Santiago hacia el este cruzando el río Dulce, es defenderla, amarla y elegirla como el lugar en el mundo para vivir y morir.


Autor: Mariela Lizondo